El niño, el escritor y la literatura
Leo en voz alta mis textos hasta sentirles la música del humor, del amor, del suspenso y de la poesía
ROSARIO ANZOLA | EL UNIVERSAL
jueves 30 de abril de 2015 12:00 AM
Quienes nos dedicamos a la literatura infantil compartimos el terreno con algunos escritores que en su intención de hacer literatura para niños recurren a diminutivos y a palabras almibaradas que hacen sucumbir todo acierto literario y todo respeto a la capacidad humana. Compartimos el patio con escritores que basan su discurso en un didactismo moralizante que ahuyenta al más aguerrido lector. Compartimos "la palabra sincera" como dice Martí, con escritores que sí han hecho espacio en su obra para dedicarla a la infancia y compartimos el camino con autores que han escrito textos plenos de un encanto natural que logra hechizar a la infancia y al adulto que conserva su niño interior. Por ejemplo, Juan Ramón Jiménez con su Platero, o Lorca con la gracia de su palabra cantarina o Adriano González León con "El viejo y los leones", extraído de su novela "Viejo", o Eugenio Montejo -pícaramente enmascarado en Eduardo Polo-, o Salvador Garmendia, con las deliciosas confesiones de sus recuerdos de infancia y juventud. Podría seguir citando casos, pero no es el caso... Y en Venezuela, la lista de buenos autores es esplendorosamente larga.
El verdadero caso es que lenguaje del texto literario infantil es, en definitiva, literatura y punto, porque posee la majestuosa polivalencia del arte. Claro está, es un discurso que exige condiciones para entregarlo al destinatario. En una ocasión preguntaron al maestro Jesús Rosas Marcano por qué todos los textos no eran aptos para los niños. Presencié su respuesta, sencilla y profunda como el poeta: "Siendo el chocolate muy sabroso, si se le da a un bebé se disuelve sólo una migajita en mucha leche, si es un niño de pocos años, se disuelve un poco más de chocolate en un poco menos de leche, si se trata de un niño más grande se le da más chocolate en menos leche, si es un adolescente puede dársele un batido de chocolate bien cargado y si es un adulto, puede comerse la barra de chocolate entera".
A veces, el autor parte de sus vivencias, como lo hace en todos los intentos de creación. Para estas ocasiones se sumerge y bucea en el mar de las nostalgias, donde los recuerdos estructuran poesía y narración, y de esta manera establece una conexión natural con los niños que lo leen. El abuelo tal, o la tía cual, o el amiguito equis, o aquella mascota, o los recreos de la escuela, todo es materia para compartir con otros niños las peripecias de la niñez. Y si no, pregúntenle a Armando José Sequera, uno de nuestros escritores más fecundos en la materia.
Niño interno
Para el creador de literatura infantil le resulta cotidiano hacer contacto con su niño eterno, interpretando como re-creación el re-descubrimiento permanente que caracteriza las condiciones sine quae non del mundo infantil: el asombro, el surrealismo y la verdad. Es por ello que el escritor que tenga la disposición y la humildad para convertir a los niños en sus maestros creativos encontrará las evidencias y las claves de una literatura vital y auténtica.
Para los niños las palabras encierran y despliegan matices mágicos, por lo que siempre está presente un "abracadabra" capaz de abrir puertas, ventanas y sueños. Alejandro, un pequeño de 4 años me confió con alegre complicidad: descubrí que el sol tiene un sombrero de rayos de candela. De noche se lo quita y se convierte en luna.
El juego también es ritual mágico y de eso se alimenta la literatura. Evitar la raya de la acera permite esquivar un sortilegio, conversar con las cosas -animadas o no, presentes o ausentes- permite infundirles alma. Es así como una piedra del jardín se convierte en avión y cuando el brazo del niño describe el arco que le da vuelo, es el niño quien vuela dentro del aparato. Esa es la maravilla de redescubrir continuamente el universo en compañía de niños, llámense hijos, nietos, sobrinos, alumnos... ¿Por qué tiene tanta agua el mar? ¿Por qué suena el relojito de mi corazón? ¿Quién le prende la luz al sol?
Establecer resonancias con los procesos que llevan a los niños a explicarse a través de comparaciones que dan paso a símiles y metáforas puras, permite -a quienes escribimos para ellos- acercarnos a los secretos que poseen para narrar sus cuentos con todo el cuerpo y para expresar sus sentimientos con toda el alma. En una oportunidad me dispuse a leer mi más reciente cuento a una sobrina, cuando iba por la mitad me detuvo y me conminó: Échamelo sin libro en mano. Ahí supe que al cuento le faltaba oralidad y lo reescribí. Desde entonces leo en voz alta, una y otra vez, mis textos hasta sentirles la música del humor, del amor, del suspenso y de la poesía. Me enorgullece proclamar que los niños me han enseñado muchas cosas para poder escribir cuentos, poemas y canciones, pero lo mejor que me han enseñado es que la condición de niño es infinita y universal.
El verdadero caso es que lenguaje del texto literario infantil es, en definitiva, literatura y punto, porque posee la majestuosa polivalencia del arte. Claro está, es un discurso que exige condiciones para entregarlo al destinatario. En una ocasión preguntaron al maestro Jesús Rosas Marcano por qué todos los textos no eran aptos para los niños. Presencié su respuesta, sencilla y profunda como el poeta: "Siendo el chocolate muy sabroso, si se le da a un bebé se disuelve sólo una migajita en mucha leche, si es un niño de pocos años, se disuelve un poco más de chocolate en un poco menos de leche, si se trata de un niño más grande se le da más chocolate en menos leche, si es un adolescente puede dársele un batido de chocolate bien cargado y si es un adulto, puede comerse la barra de chocolate entera".
A veces, el autor parte de sus vivencias, como lo hace en todos los intentos de creación. Para estas ocasiones se sumerge y bucea en el mar de las nostalgias, donde los recuerdos estructuran poesía y narración, y de esta manera establece una conexión natural con los niños que lo leen. El abuelo tal, o la tía cual, o el amiguito equis, o aquella mascota, o los recreos de la escuela, todo es materia para compartir con otros niños las peripecias de la niñez. Y si no, pregúntenle a Armando José Sequera, uno de nuestros escritores más fecundos en la materia.
Niño interno
Para el creador de literatura infantil le resulta cotidiano hacer contacto con su niño eterno, interpretando como re-creación el re-descubrimiento permanente que caracteriza las condiciones sine quae non del mundo infantil: el asombro, el surrealismo y la verdad. Es por ello que el escritor que tenga la disposición y la humildad para convertir a los niños en sus maestros creativos encontrará las evidencias y las claves de una literatura vital y auténtica.
Para los niños las palabras encierran y despliegan matices mágicos, por lo que siempre está presente un "abracadabra" capaz de abrir puertas, ventanas y sueños. Alejandro, un pequeño de 4 años me confió con alegre complicidad: descubrí que el sol tiene un sombrero de rayos de candela. De noche se lo quita y se convierte en luna.
El juego también es ritual mágico y de eso se alimenta la literatura. Evitar la raya de la acera permite esquivar un sortilegio, conversar con las cosas -animadas o no, presentes o ausentes- permite infundirles alma. Es así como una piedra del jardín se convierte en avión y cuando el brazo del niño describe el arco que le da vuelo, es el niño quien vuela dentro del aparato. Esa es la maravilla de redescubrir continuamente el universo en compañía de niños, llámense hijos, nietos, sobrinos, alumnos... ¿Por qué tiene tanta agua el mar? ¿Por qué suena el relojito de mi corazón? ¿Quién le prende la luz al sol?
Establecer resonancias con los procesos que llevan a los niños a explicarse a través de comparaciones que dan paso a símiles y metáforas puras, permite -a quienes escribimos para ellos- acercarnos a los secretos que poseen para narrar sus cuentos con todo el cuerpo y para expresar sus sentimientos con toda el alma. En una oportunidad me dispuse a leer mi más reciente cuento a una sobrina, cuando iba por la mitad me detuvo y me conminó: Échamelo sin libro en mano. Ahí supe que al cuento le faltaba oralidad y lo reescribí. Desde entonces leo en voz alta, una y otra vez, mis textos hasta sentirles la música del humor, del amor, del suspenso y de la poesía. Me enorgullece proclamar que los niños me han enseñado muchas cosas para poder escribir cuentos, poemas y canciones, pero lo mejor que me han enseñado es que la condición de niño es infinita y universal.
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