BOOM DE NUEVAS IDEAS PARA BIBLIOTECAS ESPECIALES (3)
Bibliotecas entre tinturas y ruleros
Buenos Aires. Por Diego Erlan. “Yo ya me lavé la cabeza”, avisa la señora mientras aguarda que Georgeo, el estilista, se desocupe para atenderla. En la esquina de las calles Iberá y 11 de Septiembre, en esta Capital, está ubicada la peluquería de Georgeo. Este sábado hay sandwichitos de miga en las mesas de afuera, vasitos de plástico con refrescos apenas fríos, banderines de colores que decoran las puertas de vidrio, parlantes donde retumban las voces metálicas que cantan “El extraño de pelo largo”.
La peluquería intenta continuar con la rutina de cortes-color-brushing como cada día mientras se acumulan personas que no desean siquiera peinarse. Las clientas, sentadas en negros sillones giratorios, observan a través de los espejos al público y la nota para televisión que le hacen al ministro de Cultura del Gobierno de la ciudad por el comienzo del proyecto “Leyendo espero”, en el que se instalan bibliotecas en peluquerías de Buenos Aires.
Hernán Lombardi está vestido de manera informal. En la mesa de entrada, Lombardi dice que el programa apunta a “meterse en el hábito de la gente, encontrar lectores que estén predispuestos a leer”. Así consiguieron hasta ahora doce peluquerías de barrio donde poder instalar minibibliotecas con rueditas donde puedan encontrarse libros donados. La oferta, al menos, es variada: de Salgari a Chase, de Antonio Dal Masetto a Carlos Gorostiza, y libros de arte (alguno sobre Pettoruti, otro sobre Renoir) y también infantiles: de Julio Verne a Harry Potter.
Existe un “reglamento posible” para las bibliotecas en las que el público podrá elegir el libro que quiera leer mientras espera e incluso llevárselo a su casa y devolverlo la siguiente vez que quiera cortarse el pelo o pase por el lugar. “Incluso si se los roban, no importa” —dice Lombardi—, “si quería leerlo es eso lo que buscamos”. Antes de que todo comience, acodado en la mesa, Lombardi se entusiasma con un proyecto para la revalorización del diccionario, quiere armar un sistema de compra y activación del nuevo diccionario de la RAE, porque debemos “evitar el empobrecimiento del lenguaje”.
“¿No te querés hacer la mechita”, le pregunta la peluquera a su clienta lectora de revistas de chimentos. Mientras ella no se decide y otra clienta piensa el color que quiere hacerse, la narradora oral Gabriela Halpern despliega su expresividad en cuentos sobre salones de belleza.
La peluquería intenta continuar con la rutina de cortes-color-brushing como cada día mientras se acumulan personas que no desean siquiera peinarse. Las clientas, sentadas en negros sillones giratorios, observan a través de los espejos al público y la nota para televisión que le hacen al ministro de Cultura del Gobierno de la ciudad por el comienzo del proyecto “Leyendo espero”, en el que se instalan bibliotecas en peluquerías de Buenos Aires.
Hernán Lombardi está vestido de manera informal. En la mesa de entrada, Lombardi dice que el programa apunta a “meterse en el hábito de la gente, encontrar lectores que estén predispuestos a leer”. Así consiguieron hasta ahora doce peluquerías de barrio donde poder instalar minibibliotecas con rueditas donde puedan encontrarse libros donados. La oferta, al menos, es variada: de Salgari a Chase, de Antonio Dal Masetto a Carlos Gorostiza, y libros de arte (alguno sobre Pettoruti, otro sobre Renoir) y también infantiles: de Julio Verne a Harry Potter.
Existe un “reglamento posible” para las bibliotecas en las que el público podrá elegir el libro que quiera leer mientras espera e incluso llevárselo a su casa y devolverlo la siguiente vez que quiera cortarse el pelo o pase por el lugar. “Incluso si se los roban, no importa” —dice Lombardi—, “si quería leerlo es eso lo que buscamos”. Antes de que todo comience, acodado en la mesa, Lombardi se entusiasma con un proyecto para la revalorización del diccionario, quiere armar un sistema de compra y activación del nuevo diccionario de la RAE, porque debemos “evitar el empobrecimiento del lenguaje”.
“¿No te querés hacer la mechita”, le pregunta la peluquera a su clienta lectora de revistas de chimentos. Mientras ella no se decide y otra clienta piensa el color que quiere hacerse, la narradora oral Gabriela Halpern despliega su expresividad en cuentos sobre salones de belleza.
Una nueva idea de las tantas existentes en las que el libro y la lectura son los protagonistas.
[Fuente: Clarín]
[Fuente: Clarín]
Fotos: Gerardo Barrionuevo (SAI) |
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